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En la revista Nueva Cultura del grupo comunista valenciano que encabeza José Renau también César M. Arconada participa activamente, siendo miembro del consejo de redacción desde Madrid. En enero de 1935 aparece su primer número y en el segundo se reproduce el prólogo de Reparto de tierras “¡Alabemos a Dios, que ha hecho rica a Extremadura!” En el n.º 11 se traduce el artículo que escribió el mismo autor para la revista francesa Commune: “Autobiografía”, con motivo de la traducción al francés de la novela anteriormente citada. En el número 3 del año tercero, marzo de 1937 y en plena guerra, publica el romance “Madrid”, que es un elogio a sus defensores: “¡Ay, corazón encendido! / ¡Ay, Madrid! / Qué puertas tienes de hierro / que no las pueden abrir.”
[César Augusto Ayuso: César M. Arconada: Vida y obra]César M. Arconada, seudónimo de César Muñoz Arconada (Astudillo, Palencia, 1898-1964, Moscú). Poeta y prosista, relevante tanto en su inicial faceta vanguardista, como en su más conocida etapa realista socialista. Llegado a Madrid en 1922, compaginó una intensa dedicación a la literatura con su oficio del funcionario de Correos. Inicialmente próximo al ultraísmo, sobre el que en 1921 había publicado varios artículos en El Diario Palentino, anunció la aparición de un poemario de ese signo que se hubiera titulado Sed, y que no creemos viviera la luz. Su primer libro fue un ensayo En torno a Debussy (1926).
A través de Parábola, a cuya redacción perteneció, y a la que mandó interesantes crónicas madrileñas, se mantuvo en contacto con las iniciativas renovadoras de su región natal. Muy importante fue su papel como redactor-jefe de La Gaceta Literaria, donde se ocupó sobre todo de música y de cine –«si la música es un diagrama de sonidos incrustados en el silencio, el cine es un diagrama de luces incrustadas en la sombra», escribirá en 1928–, y donde los retrato José Moreno Villa.
Su primer libro de poemas, Urbe (1928) lleva un texto en negro, que «debe leerse con un ritmo precipitado, acelerado», y un texto en rojo, que «por el contrario, debe leerse con un ritmo más pausado, más lento»; en el volumen, de tono entre ultraísta y social, y que Francisco Ayala reseñado en La Gaceta Literaria, encontramos composiciones significativamente tituladas «Alegretto de la velocidad», «Versos a las ventanas de una fábrica», «Madrigal a un autocamión», «Elogio a una central eléctrica», «Oda al automóvil de Mademoiselle Marthe», «Nocturno romántico en el cinema», «Canción de amor, en un taxi» o «Devoción por la torreta telefónica», y alguna referencia epocal curiosa, como el «Signore Marinetti: / ¡Vivan los rascacielos!» con que se cierra el poema «Imprecación a las calles viejas.»
En cuanto a la prosa del primer Arconada, sincopada y fragmentaria, es una de las más característicamente de vanguardia –y de mayor calidad– de su generación. En 1930 participó en el viaje a Barcelona de los intelectuales castellanos y contestó a la encuesta vanguardista de La Gaceta Literaria; «si en este momento –leemos ahí– hay vanguardia, yo soy un desertor.» Fue uno de los autores del libro colectivo Las siete virtudes (1931).
De su interés por el cine –figuró en la junta directiva del Cineclub– nos hablan Vida de Greta Garbo (1929), traducido a varios idiomas, y Tres cómicos del cine (Charles Chaplin. Clara Bow. Harold Lloyd) (1931), con cubierta de Mauricio Amster, publicados ambos en una editorial de la que fue uno de los fundadores. En esa época ya se había decantado políticamente.
En la revista de Ernesto Giménez Caballero había firmado unos años antes: «Un joven puede ser comunista, fascista, cualquier cosa, menos tener viejas ideas liberales» y había anunciado estar preparando, entre otros volúmenes, un «Libro de los elogios (A las Dictaduras. Al militarismo. A la Edad Media. A los Deportes. Al Cine. Al Espíritu Nuevo)» y un «Libro de las censuras (A la Democracia. Al liberalismo. Al siglo XIX. A la Literatura).» Con tales premisas lo mismo podía haber evolucionado como su amigo y vecino Ramiro Ledesma Ramos, o como el propio Giménez Caballero, al que había presentado aquél.
No obstante, en 1932, año en el que Samuel Ros lo retrataba como «la margarita sensible enamorada de la revolución», ingresó en el Partido Comunista Español (PCE), al que también perteneció su hermano Felipe. Fue uno de los principales colaboradores de Octubre –donde arremetió contra muchos de sus antiguos compañeros de la época de La Gaceta Literaria– y de Tensor, participó en la fundación de El Tiempo Presente, firmó el manifiesto de la Asociación de Amigos de Nuestro Cinema y fue responsable de la sección literaria del Mundo Obrero. A esa etapa de su obra pertenecen varias novelas políticas –La turbina (1930); Los pobres contra los ricos (1933), con cubierta de Amster; Reparto de tierras (1934), con cubierta de José Renau; sus 3 farsas para títeres (1936), con cubierta de Darío Carmona; y su libro de poemas Vivimos en una noche oscura (1936), con cubierta de Amster.
Durante la Guerra Civil, que lo sorprendió en Irún donde se encontraba por razones de trabajo, fue corresponsal de Mundo Obrero en el frente asturiano, colaboró en El Mono Azul y en otras revistas republicanas, publicó unos Romances de guerra (1937) ilustrados por Luis Corona, y recibió el Premio Nacional de Literatura de 1938 por Río Tajo. Al término de la contienda pasó por los campos de concentración franceses, exiliándose primero en París y luego en Moscú, donde fue redactor de La Literatura Internacional, realizó adaptaciones teatrales, recuento a Alberto Sánchez y a Luis Lacasa, y publicó algún libro como el poema Dolores (1947).
Póstumamente aparecieron sus obras escogidas en dos volúmenes (1967), en edición preparada por su viuda, la traductora María Cánovas, con la que se había casado en 1952. Es fundamental para entender su evolución ideológica el volumen asimismo póstumo Obra periodística, de Astudillo a Moscú (1986), con un muy interesante prólogo de Christopher H. Cobb. Merecen consultarse también los de Gonzalo Santonja a la reedición de La turbina (1975) y a la antología, por él compuesta, La guerra en Asturias (crónicas y romances) (1979); el de Javier Maqua a la reedición de Vida de Greta Garbo (1974), precedido de dos artículos; el del colectivo «Marta Hernández» a la reedición de Tres cónicos del cine (1974), precedido de una antología de artículos; el de Gregorio Torres Nebreda a la reedición de Reparto de tierras (1988); y el capítulo que le dedica Francisco Ayala en sus memorias.
[Juan Manuel Bonet: Diccionario de las Vanguardias en España (1907-1936)]